lunes, 27 de septiembre de 2010

Yo te digo

Cansada está la última noche.
Amarrada a la proa de los cóndores,
a la loba que me has hecho
¿quién goza  al fin el testarudo vigor
que me robas?
Yo te digo, amado mío,
qué atardeceres de las horas ciegas,
qué ciegas melodías ensordeces
para mí,
qué sordas sirenas de los buques
afincados al lado de mi cuerpo
y tú ausente no llegas a la playa,
ni a la roca me tumbas,
para amarme, diosa, escuálida
y triste,
¡qué hilos cortantes amarras como
adornos a mi cuello¡,
yo sangro en esta hora por mi lengua,
muda como un luto, y extendida
cruz luciente en el fondo de mi seno,
hambrienta Ifigenia con sus ojos
negros se resigna a tu olvidado tiempo.

Muere, muere algo en mis huertos,
dulce alondra derrite el convento,

a la intemperie me he quemado
y he volado con mi derruido plumaje.

Soy, desde ayer,
árbol talado,
y es olvido,

allí está mi seductor pabilo
que me arrastró hasta el murmullo de su acento
y su amnesia es bruma
con mi nombre
a destajo rompe el frío
y yo me vacio en convulsiones,
amándote, queriendo tener tu nombre,
que sólo es sangre que escurre
y  me cava el alma
hacia la luz anónima
de  la culpa.


Un soneto para ti

Tu noche tibia se anida en mis brazos
yo te palpo, te busco y te beso
en mis ropas modestas  te abrigo,
yo doncella, tú carnívoro, hambriento.

Cuánto un día ha juntado el laberinto
muchacho mío cansino en el cielo
me has llevado a cerrar el postigo
y he caído ingenua en tu pecho.

Maravillosa es tu voz de verdad,
pues nací con bozal y mentí
bracearé hasta ti, de ti quiero morir.

La voz del murciélago sólo es la luz
acerca el quinqué a mi pubis febril
que no he de temer embriagarme de ti